La primera parte de una charla con el periodista conductor de No se puede vivir del amor, el único programa diario acerca de la problemática de género y de la comunidad LGTB de todo el mundo.
Por: Pablo Strozza
El 28 de junio se cumplen cincuenta años de los disturbios
de Stonewall. Ese día, tras una redada policial en el bar Stonewall Inn del
Greenwich Village neoyorquino con el objetivo de detener a la clientela
homosexual del lugar, se iniciaron una serie de manifestaciones esporádicas y
violentas que duraron varios días y que fueron el puntapié inicial para la
lucha del movimiento LGTB en todo el mundo. Al año siguiente, en conmemoración
a los disturbios, tanto en Nueva York como en Los Angeles se realizaron las
primeras marchas del Orgullo Gay, siendo el 28 de junio una fecha mojón para
las minorías sexuales.
Franco Torchia es conocido por sus apariciones
televisivas: citaremos Cupido como el primer eslabón de una cadena que, en
estos momentos, está interrumpida por voluntad propia. Algunos memoriosos
recordaran su paso por Clarín.com, y no faltará quien sepa que, también, es
licenciado en letras. Hoy Franco es el conductor de No se puede vivir
del amor, programa que se emite de lunes a jueves por La Once Diez (AM 1110),
la radio pública de la ciudad de Buenos Aires. Para ponerlo en sus palabras, “El
show de diversidad sexual, emocional y periodística más excitante de la
medianoche radiofónica mundial”. Y, también, un programa que hizo ruido con
algunas entrevistas memorables. De todo eso y de otras cosas más charlamos con
él poco antes de su viaje a Madrid y Barcelona para a cubrir ambas marchas del
Orgullo Gay. La charla aparecerá publicada en dos partes, dada la riqueza de su
contenido total, algo que no se da muy a menudo en entrevistas de este tipo.
Mérito total, por supuesto, de Franco.
¿Cuánto
hace exactamente que el programa está al aire, y cómo fue que pudiste dar con
el espacio para un programa de estas características en un medio público?
El programa está al aire desde hace siete años. En
2012 yo volví a hacer Cupido por TV. Hacía nueve años que no se hacía y Turner,
que es la propietaria de los derechos, quiso volver a hacerlo para una señal
llamada TBS. Se emitió a lo largo de 2012, 2013 y algunos programas en 2014.
Fue un regreso pero no una segunda parte, que a mí de algún modo me permitió
sepultar al personaje, y que derivó en un libro llamado El libro de Cupido. En
ese contexto me proponen hacer radio a partir de 2013 en la radio pública de la
Ciudad. Yo venía muy interrogado por algo que me cuestioné desde los primeros
días de mi vida que tiene que ver con la dimensión afectiva, con el universo de
los vínculos. Entonces dije “Hagamos un programa sobre eso”. En ese primer año
el horario que teníamos era de 18 a 20 horas, por lo que la idea fue innovar
con la franja horaria, ya que en ese entonces en ese horario las AM manejaban
esa noción de “horario de regreso”. Y me encontré con una gestión que tenía
muchos deseos de renovación, más que nada desde lo técnico. La idea era hacer
un programa de vínculos y lo fue durante algunos meses. De hecho hicimos un
programa para el Día de San Valentín de 2013 sobre las trayectorias afectivas de
las personas que trabajan en la radio. Pero todas: conductores, periodistas,
productores, personal administrativo. Y salieron al aire durante dos horas,
tres minutos cada uno. Luego alguien sintió que el programa debía cambiar de horario,
a pesar de que todo 2013 seguimos a las seis de la tarde. Y en 2014 pasamos a
la medianoche. Tenemos un sinfín de beneficios. El principal es decidir cumplir
o no una función social. Yo creo que es una obligación cumplir una función
social en un medio público. Es algo que debería formar parte de la ética
profesional de cada uno de los comunicadores que pueden acceder a un medio
público. Y te digo más: en la Radio de la Universidad del Nordeste se concursan
los todos los puestos. Yo estoy a favor de esos concursos.
Radio
Nacional muchas veces cumple esa función social, más que nada en el interior en
lugares donde es la única señal de radio que llega. Muchas veces la radio
funciona hasta como una mensajería para los habitantes de esos lugares…
Por supuesto. Lo que advertí en ese momento era que
la diversidad sexual tenía espacios en todo el mundo, pero que era o
autogestionados o muy mínimos. Y que de a poco empezaba a existir en la
comunicación, salvo casos históricos como los suplementos Soy o Las 12 de
Página 12, una incipiente conciencia de la incorporación de puntos de vista
vinculados a los géneros o a la diversidad. Esto en el mundo se traduce en una
vez por semana un programa los domingos a la noche, o una columnista en un
programa de “interés general”. Ahí me dije “Yo tengo un espacio todos los días”.
Entonces convertimos a No se puede vivir del amor en un programa de diversidad
sexual. Y me di cuenta que íbamos a ser el único programa de diversidad sexual
en tira diaria del mundo. El dato, que suena grandilocuente, no era
despreciable por varios factores. El primero son las coordenadas específicas o
la situación geopolítica en la que este programa empezó a tener razón de ser.
Al mismo tiempo fui estudiando cada vez más, al tal punto que no estaría
formando parte de una radio pública hoy si no estuviera convencido que lo que
hago cumple una función social. El otro día vi que en la televisión pública, en
un horario central, había un programa de fútbol. Y yo repudio eso. No creo que
para eso estén los medios públicos. Por supuesto que hay montones de personas
que no pueden pagar el cable, y es obvio que un programa así puede llegar a
personas que no tienen opción de pagar para consumir esos contenidos. Y es difícil
decir esto después que Fútbol para todos fue tan discutido y demás. Pero creo
que los medios públicos, a los que defiendo a ultranza, están para otra cosa.
Hay algo interesante en función al programa, que es que puede aparecer una persona anónima contando su historia de vida. Pero también has tenido dos charlas muy importantes desde el punto de vista en el que las afrontaste: una con Carlos Menem y la otra con Monseñor Aguer. ¿Cuál es el equilibrio mental que tenés para armar ese recorrido, cuando se sabe que no te gusta la noción de agenda que llevan los medios?
Yo no soy un periodista que crea que no se pueda
entrevistar delincuentes. Y entrevisté, hasta donde entiendo y hasta donde el
Poder Judicial me acompaña en esta enunciación, a dos delincuentes: a Carlos
Menem y a Héctor Aguer. Son dos situaciones distintas, pero es verdad que están
enhebradas por la rareza a la que vos hacés referencia. Una rareza que cultivo,
que es voluntaria, y que tiene que ver con la posibilidad de tomar tangentes y
con ese desprecio que mencionas hacia la agenda informativa.
Lo
atrayente fue que llevaste a ambos a dos lugares a donde no están acostumbrados
a batallar…
Una vez un periodista, después de un tiempo largo,
me discutió muchísimo la entrevista a Carlos Menem, con parámetros que tienen
que ver con otra posibilidad de abordaje periodístico que no es la que tomé en
ese momento. Pero creo que no sirvo para otra cosa (risas). Yo no me voy a
llevar un expediente, leerlo foja por foja, para entrevistar a una persona
multiimputada y procesada pero con fueros como Carlos Menem. Eso no me
interesaba. Sí me interesaba hablar sobre la diversidad sexual. Eso sí tiene
que ver con un motor muy importante para No se puede vivir del amor que es
hacer historia. Yo quiero que el programa contribuya a la memoria de la
diversidad sexual en la Argentina.
No
hay que olvidar que Menem fue un tipo que fue visto como una encarnación del “macho
argentino”…
Exacto. Por eso le pregunté si había estado o no con
travestis, porque sabemos muy bien que lo personal es político. Por eso le
pregunté, también, como fue construir el INADI, de donde sale una medida así,
teniendo en cuenta que mientras lo construía al mismo tiempo lo desfinanciaba. O
como fue en ese momento darle personería jurídica a la CHA: Menem le dio personería
jurídica a la Comunidad Homosexual Argentina. Hubo una lectura retrospectiva
que tendió a desmalezar ciertas narrativas muy instaladas.
Siguiendo
con esa línea histórica es el tipo que, tras un asesinato, abolió el servicio
militar obligatorio…
Sí, es verdad. A mí me interesaba releerlo, sin ser
aquel que deconstruyera su política neoliberal. Lo que sí sé es que yo no fui a
buscar lo que él terminó diciendo. Es lógico: él es Carlos Menem y yo un negro
de Ensenada (risas). El terminó diciendo lo que quería, que era que Cristina
Kirchner había matado a Néstor.
¿Y
con Aguer?
Creo que No se puede vivir del amor destituyó a
Aguer. Nuestro programa de radio fue el último disparo de una cadena de internas
de la Iglesia Católica en la Argentina que, junto con su edad, terminaron
corriéndole de su cargo de manera definitiva. Con Aguer yo podría haber hecho
una performance estilo Michael Moore, sentirme indignado y sentir que todo lo
que me decía era una ofensa personal y colectiva. Pero no. Fui muy preparado ya
que sabía que eso iba a ocurrir, que él me iba a humillar en mi cara hasta
límites insospechados, y lo hizo. Pero permanecí impertérrito adrede. Quería
que Aguer hiciera lo que hizo: abrir el Evangelio y leer exactamente lo que el
Evangelio dice.
Que
sus propias palabras sean las que lo demuelan…
Exactamente. Hoy la situación política e ideológica en la Argentina es otra. Pero en ese momento todavía había una ambigüedad muy marcada alrededor de la figura de Bergoglio. Y a mí me persiguió el deseo de comunicar que Aguer no es Bergoglio pero también decir que los denominadores comunes entre ambos son muchísimos, más que nada por la astucia jesuita de Bergoglio a la hora de ciertas declaraciones. Como esa que La Nación se encarga de amplificar hasta el hartazgo, que es la de “¿Quién soy yo?”, que es criminal desde la mera formulación de una pregunta retórica y asesina. Me resultó importantísimo comunicar, en ese momento, que esa era la Iglesia Católica. Después de un año trágico como fue el 2018 también sabemos cuáles son las incidencias de los evangelismos.
(Mañana, la segunda parte de la nota)
(Crédito de la foto: AM 1110)
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