La increíble obra del Padre Opeka.
hace 59 meses.

Hace 30 años, este misionero argentino fundó Akamasoa, para sacar de la miseria a los habitantes de un basural de África. En lugar de asistencialismo, les ofreció trabajo y educación. Hoy, su modelo esta siendo implementado en Buenos Aires, por Gastón Vigo, responsable de esa organización humanitaria en nuestro país.


Madagascar, es el quinto país más pobre del mundo. Viven 22 millones de personas en la más extrema pobreza, con un sueldo promedio de 2 dólares por día. La expectativa de vida es de 50 años, y el 50 % de los niños mueren de hambre antes de los cinco años. En ese infierno de miseria, un sacerdote argentino fundó Akamasoa, un oasis de casas multicolores, en el cual ya viven 25.000 personas y 14.000 niños van a la escuela. 

Pedro Opeka nació en Argentina, en el seno de una familia de inmigrantes eslovenos. En 1968, como seminarista de la congregación de la Misión de San Vicente de Paul (época en la que tuvo como profesor de teología a Jorge Bergoglio) se fue dos años como misionero voluntario en Africa. Cuando se ordenó sacerdote, en 1975 decidió volver a Madagascar, donde la miseria y el hambre lo conmovieron tanto que comprendió que no tenía sentido misionar sin aportar una solución. Los primeros años los pasó en la Misión de Vagaindrano, y en 1989 se hizo cargo del seminario de Antananarivo, la capital de ese país africano. 

En ese momento era un enorme basural, rodeado de casillas de cartón donde se hacinaban en condiciones infrahumanas más de 50.000 personas. Cuenta Jesus María Sylveira, en el libro “Viaje a la esperanza”, que al ver unos niños pelear (literalmente) por un trozo de comida, el Padre Opeka decidió que habia que poner manos a la obra. 

“Tengo que hacer algo, esta gente no puede vivir asi. Dios no lo quiere, son los hombres que lo permiten y sobre todo los políticos que no cumplen lo que prometen”. Comenzó con un grupo de habitantes a los que les dijo “si están dispuestos a trabajar, yo los voy ayudar” . Había hererado de su padre la condición de albañil, y una cultura de trabajo y el esfuerzo, en la que considera que el asistencialismo no es la solución. “Porque cuando se vuelve permanente, convierte al sujeto en dependiente. Dios vino al mundo a hacernos libres, no esclavos”.



El padre Opeka en los basurales que rodean Antananarivo

Así, fundó Akamasoa (Buenos Amigos), una asociación humanitaria basada en el trabajo y la educación para que los habitantes de ese lugar recuperen su dignidad. 

En treinta años, se construyeron viviendas para 25 mil personas, en cinco poblados de 22 barrios. Donde antes había suciedad y miseria, hoy hay calles adoquinadas, sobre las se suceden casas bajas de techos a dos aguas pintadas de colores vivos. Además, tienen unidades de salud, escuelas, plazas y canchas de fútbol. El segundo paso fue poner en marcha la actividad comercial y la generación de empleo genuino: casi 4000 personas trabajan en artesanías, fabricación de muebles y en las canteras que rodean el lugar. 

El trabajo y la educación no son una opción, si no una obligación: los padres deben trabajar y mandar los chicos a la escuela.  “A los pobres hay que ayudarlos con trabajo. El trabajo dignifica y hace sentir bien porque uno ha creado algo con sus propias manos, gracias a su capacidad y talento. Se sienten propietarios, porque dicen - la hicimos nosotros, son nuestras casas - no las casas de alguien que se las regala. Sudaron y sufrieron para tenerlas, lo cual los lleva a que no dejen que se deteriore. Y además les dejan una experiencia de superación a sus hijos” .



Uno de los barrios de casitas coloridas de Akamasoa 

 

AKAMASOA EN ARGENTINA

 

Para ponernos en contexto, el país que el padre Opeka dejo en los 70, si bien era una Argentina convulsionada, tenía un 3 % de pobreza, una desocupación de menos del 8% y una escolaridad casi plena. Treinta años después, la realidad es otra y si bien no podemos compararnos con Madagascar, hay muchos puntos del país en los que las casillas se aglomeran al costado de los basurales.

Gastón Vigo Gasparotti decidió replicar la obra de Opeka, pero en Lima, provincia de Buenos Aires. Es un joven santafesino de 30 años, (licenciado en Economía y con un magister en política económica a cuestas), que comenzó colaborando en la filial local de Conin contra la desnutrición infantil. Conoció a Pedro Opeka en Argentina y le preguntó si podía viajar a conocer la obra de Akamasoa en Madagascar. 

“Allá me di cuenta que todo lo que hay alrededor de Akamasoa en escalofriante y penoso, pero cuando ingresás a su obra te das cuenta que es un verdadero oasis. Y cuando le pregunté a Opeka cómo se logra todo eso, él me respondió: -Gastón, yo no me pregunté cómo llegar a un objetivo. Simplemente me puse a trabajar, a poner ladrillo tras ladrillo-”, contó en una entrevista. 

“El padre Opeka no tenia nada a favor: era sacerdote y blanco, en un país negro que habia sido colonia francesa hasta el 60, y hoy su obra es un oasis de esperanza” 

Con el conocimiento de las 4100 villas que tiene el país y más de doscientas que habia caminado, Gastón comenzó en Lima porque ya lo conocía, porque consideró que era un sitio que merecía una oportunidad y quizás... porque por algún lado hay que empezar. Lo cierto es que desde Enero de este año, Akamasoa Argentina esta haciendo de la utopía una realidad en ese punto de la provincia. “Vamos a levantar viviendas, vamos a construir escuelas. No se va a hacer de un día para el otro. Cada día es un combate, con decepciones, pero siempre para adelante.” 

Al igual que su modelo africano, Vigo sostiene que las herramientas para enfrentar a la pobreza son tres: trabajo, educación y disciplina. A ésto le suma el agregado de su propia experiencia. De una familia relacionada con la construcción y con un hermano arquitecto, desarrollaron modelos de vivienda modular que permitan por un lado la autogestión por parte de los mismos beneficieros y por otro la posibilidad de crecimiento. El proyecto incluye la planificación completa, desde calles, alumbrado y servicios hasta la instalación de una huerta hidropónica. Gastón marca un detalle que no es menor: el proyecto de Lima no es solo una oportunidad para los beneficiarios, si no también para toda una comunidad que puede unirse en una causa común, y más en una zona con la riqueza que nuestro país. “Si esto se pudo hacer en Madagascar, que era uno de los basureros más grandes del mundo, como en Argentina no se va a poder hacer” 



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