El Síndrome de Arperger (hoy suele hablarse más de un trastorno que de un síndrome) fue descripto por primera vez en 1943 por el psiquiatra Hans Asperger.

Pero no fue nombrado como tal hasta que en 1981, Lorna Wing la incluye en un artículo dentro de los trastornos del espectro autista.  

Para explicarlo claramente, el Síndrome de Asperger es una variante del neurodesarrollo que hace que el cerebro procese la información de un modo diferente al que lo hacen los neurotípicos. 

Esto tiene muchas variantes, pero algunas características comunes: tienen dificultades para la interacción social y la comunicación,  y un déficit en las funciones ejecutivas. Son literales en el lenguaje y les cuesta entender las emociones ajenas y propias (no es que no las tengan, si no que no logran interpretarlas). 

Contrariamente al mito de que estan desconectados, los Aspergers tienen una mayor percepción del mundo que los rodea, pero suelen tener intereses muy restringidos y tener un excelente desempeño en las actividades relacionadas a ellos.  

Estas características se traducen muchas veces en la falta de integración, y la dificultad de tener amigos o insertarse en un círculo laboral o social. Muchas veces por la falta de empatía de una sociedad que no logra ponerse en los zapatos del otro. 

Se calcula que 3 de cada 1000 niños nacen con esta condición (el 80 % son varones), aunque muchos alcanzan la edad adulta sin un diagnóstico específico. 

Es importante entender que el Asperger es una condición, por lo tanto, acompañará a la persona durante toda su vida. Pero existen tratamientos,  terapias y políticas de integración escolar que ayudan al desarrollo integral de cada niño para una total inclusión escolar, social y laboral. 

El 18 de febrero se recuerda el nacimiento de Has Asperger y es el día elegido para concientizar acerca de esta condición y de la importancia de la empatía y la inclusión de las personas con Asperger.